La higiene de los venenos

La higiene de los venenos

Con motivo del 100º aniversario de Seguros Afemefa difundiremos un artículo histórico semanal, publicado en la revista oficial de la Asociación Ferroviaria Médico-Farmacéutica, para rememorar nuestros inicios con todos vosotros.

Esta semana os dejamos un artículo sobre la higiene de los venenos, escrito por el doctor M. Navarro Mesa para la revista VIDA FERROVIARIA, en el que habla de la peligrosidad de algunos venenos presentes en productos que se usaban de forma cotidiana y que provocaban intoxicaciones a la población.

La cotidianidad de los venenos

Con harta frecuencia se concibe el veneno como algo extraordinario y raro, cuando, en realidad, nos rodea por todas partes. No hablemos, pues, de la intoxicación sensacional, sino de la cotidiana y vulgar, pero que cuenta con muchas más víctimas. El crimen y la desesperación no son, con mucho, tan activos como el descuido o el accidente, en esta materia. Y como reseñarla toda sería imposible a fuerza de largo, nos contentaremos con resumirla en este artículo.

Alimentación

Como se colige fácilmente, son los alimentos la fuente principal de tales intoxicaciones. La causa más abonada es su descomposición, tan común en las épocas de calor. Las carnes, y en especial el pescado, los huevos y leche y sus preparados, se hallan muy sujetos a tal influencia. Hay en esta parte los efectos de la costumbre inveterada; ya, en Francia y en Alemania, reina incluso predilección por carnes más que fermentadas. Lo propio diremos de las salchichas y embutidos, que han dado nombre a estas intoxicaciones con el «botulismo». Cuanto más crudo el alimento, tanto mayor es el peligro, aun cuando la cocción no lo suprime del todo.

El cuadro de síntomas o enfermedades es, ya el de una disentería, ya el del cólera, lo que puede provocar sospechas. Cuando se teme o amenaza una epidemia, se crean verdaderas, y no hay que decir infundadas alarmas. Un sujeto, a veces toda una familia que rebosaban salud el día antes, enferman o fallecen al día siguiente, y en pocas horas. Algún inocente es llamado a veces a responder ante la Justicia por culpas… de los microbios. Añadamos que, en ocasiones, no acierta a explicarse satisfactoriamente el por qué de ciertos envenenamientos. Los crustáceos, aun sanos y frescos, han causado, en ciertas épocas del año, más de una intoxicación. Entonces sólo se asiste a los efectos, que pueden resultar gravísimos.

Hongos

Los hongos venenosos son harto conocidos como fuente de venenos, y añadiremos aquí que son ilusorias las precauciones domésticas. La ingestión de una especie venenosa de hongos es la más temible entre todas las intoxicaciones. El corazón y el sistema nervioso central se paralizan con asombrosa rapidez, y el desenlace funesto no se hace esperar. Lo propio diremos de ciertas plantas, como la belladona, cuyas frutas o bayas pueden los niños tomar como cerezas. Las almendras amargas no son tan activas, ya que se requiere una cantidad de ellas que ningún paladar resiste. En general, es una práctica imprudente la de ciertas personas que, en los jardines o en el campo, se llevan a la boca cuantas plantas hallan a mano.

Conservantes alimentarios

Hemos hablado hace poco de los envenenamientos por alimentos descompuestos, y trataremos ahora de los causados por substancias destinadas a conservarlos. Sea que se usen los salicilatos o los hiposulfitos u otros compuestos químicos, se corre siempre el riesgo de una intoxicación. La cantidad absorbida puede ser muy pequeña, pero su repetición resulta peligrosa. Se han descrito verdaderas epidemias por el uso de cervezas y vinos arsenicados para conservarlos mejor.

Modernamente se ha recurrido a los cianuros para preservar el trigo de la putrefacción. El remedio, en tales casos, suele ser peor que el mal. Es con sobrado motivo, pues, el que los Reglamentos de Higiene prohíban la adición de antisépticos fuertes a las substancias alimenticias.

Productos desinfectantes

En el capítulo de la desinfección se hallan no pocas intoxicaciones por descuido. Así sucede con los vapores de azufre, de formol, las soluciones de ácido fénico y sublimado, etc. El manejo imprudente de estas substancias se ha expiado a veces harto caro. No hablamos de su uso medicamentoso, sino del doméstico y vulgar (habitaciones, muebles, enseres…). Aun preparados de reputada inocuidad, como el hipoclorito cálcico o polvos de gas, pueden obrar como tóxicos. Y advirtamos, de paso, que esta acción venenosa es más segura que la verdaderamente antiséptica. Todo el mundo cree poder valerse de estas materias y emplearlas acertadamente. Lo malo es que no sólo los imprudentes, sino los inocentes, resultan a menudo las víctimas. Los peligros de los venenos son menores cuando se trata de cuerpos conocidos como tales. Peor es el caso de los que no lo parecen y lo son, y así intoxican sin avisar.

Venenos disimulados

El más temible de estos agentes es el óxido de carbono de los braseros, estufas y aparatos de calefacción. Lo propio diremos del gas del alumbrado y sus escapes, que tantos y tan fatales accidentes produce. Añadamos a esta lista de venenos disimulados la del gas de las letrinas o ácido sulfhídrico. Basta un defecto de canalización para envenenar toda una familia, y a veces toda una casa. Lo que es una intoxicación de la sangre por el gas sulfhídrico, pasa entonces por anemia, dispepsia o neurastenia, hasta que se descubre su verdadera causa

Al número de estos tóxicos enmascarados pertenecen el plomo y sus sales. Ocioso e interminable sería enumerar las puertas por donde nos acecha este enemigo. Tuberías de agua, cubiletes, vasos, cubiertos, juguetes, son el vehículo de esta intoxicación, tan común como inadvertida. En menor grado acaece lo mismo con el cobre y el cinc, que con frecuencia acompañan al plomo. Este metal o sus sales resultan temibles asimismo en las pinturas y barnices que los contienen. Los papeles pintados que decoran las habitaciones pueden contener arsénico.

Cosméticos y tintes

La estética mal entendida es ocasión frecuente de envenenamientos. Así acontece con los cosméticos y afeites, que, en vez de la perdida juventud, traen consigo peligrosas enfermedades. A veces se reduce todo a incómodas y rebeldes erupciones de la piel. En otras ocasiones, hay una verdadera intoxicación general, con síntomas nerviosos y digestivos. El enfermo puede ignorar de buena fe la causa de su mal, retrasando así su curación. Lo propio acontece con las tinturas del cabello, que, a despecho de falaces reclamos, resultan a menudo peligrosas. Si las que tiñen de rubio, como simples decolorantes, no son tanto de temer, no son así las que tiñen de negro. La impericia y la ignorancia de los que manejan tales productos, añade un riesgo más a los antedichos. En el fondo, se trata de intoxicaciones por el plomo, arsénico o el mercurio y sus sales.

Ropa y calzado

Las ropas, y especialmente las interiores, entrañan peligro de intoxicación por los colorantes. Estos, cuando son a base de anilinas, acarrean más de un accidente desgraciado. Lo mismo cabe decir del calzado con colores tóxicos. En ambos casos la absorción por la piel, y máxime cuando transpira, es un factor de importancia. También aquí la ignorancia del posible envenenamiento acaba de redundar en perjuicio del enfermo. La supresión de la causa es lo único que puede curarle, y esto, a veces, tarda mucho en averiguarse.

El público, y aun las leyes, sólo tienen como tóxicos los estupefacientes, como el opio o la cocaína. Y esta singular confusión, que hace inofensivos los demás venenos, es causa de lamentables y cotidianos accidentes.

Si nadie debe tomarse la justicia por su mano, nadie tampoco debe ser médico de sí mismo. Olvidarlo es contribuir a la ruina de su salud y a amenazar su existencia.

 

Por el doctor M. Navarro Mesa

 

Transcripción original