La Gratitud
Con motivo del 100º aniversario de Seguros Afemefa difundiremos un artículo histórico semanal, publicado en la revista oficial de la Asociación Ferroviaria Médico-Farmacéutica, para rememorar nuestros inicios con todos vosotros.
Esta semana hemos elegido para compartir con vosotros una pequeña historia, publicada en la revista Vida Ferroviaria en diciembre de 1933, presentada en formato de cartas y escrita por Pedro Mata, en las que narra cómo se rompe una amistad por una cuestión económica.
Historia en seis cartas
Madrid, 1º de septiembre.
Querido Enrique: Me encuentro en uno de esos momentos verdaderamente críticos, de los cuales depende el porvenir y la vida de un hombre. De aquí a mañana tengo necesidad absoluta de dejar resuelto un conflicto que la Fatalidad me ha echado encima. He pasado revista mentalmente a todos mis conocimientos y amistades, y he adquirido la convicción de que tú eres el único que me puede salvar. Te agradeceré con toda el alma que me mandes mil pesetas. Temo que en estos momentos tal suma pueda significar para ti un sacrificio, pero piensa, a tu vez, que para mí es una salvación. Además, es cuestión únicamente de unos días. Enseguida te la devolveré.
Perdona este abuso de confianza a que las circunstancias me obligan, y cuenta siempre, siempre, con el eterno agradecimiento de tu incondicional y viejo amigo, Antonio.
Madrid, 3 de septiembre.
No encuentro, queridísimo Enrique, palabras con que agradecerte el inmenso favor que me has hecho y que jamás olvidaré. ¡Dios te lo pague! Gracias a ti he podido resolver el conflicto más grave de mi vida. Te lo agradezco doblemente porque me consta que tú, como todos los que vivimos exclusivamente del trabajo, andas más sobrado de corazón que de dinero.
Permíteme que te acompañe adjunto el recibo de la deuda. Cuanto más amigos, más franqueza y más seriedad. Liquidaremos enseguida. Como te decía en mi carta anterior, sólo es cuestión de unas cuantas semanas, el tiempo imprescindible de que se resuelvan mis asuntos.
Te quiere y te abraza tu incondicional y agradecido amigo, Antonio.
Madrid, 3 de enero.
Querido Enrique: No tenías necesidad de escribirme. Si no te he devuelto la cantidad que me prestaste, bien sabe Dios que no ha sido por falta de voluntad ni de memoria. Te ruego que tengas un poco de paciencia. Recuerda que cuando me vi obligado a pedírtela te advertí de antemano que no te la podría devolver hasta que se resolvieran favorablemente mis asuntos, cuestión únicamente de unos meses.
Ten la seguridad absoluta de que estoy deseando poder liquidar contigo cuanto antes.
Siempre tuyo, Antonio.
Madrid, 18 de agosto.
Mi querido amigo: He recibido tu carta. Me doy cuenta perfecta de tu situación; pero es preciso que, a tu vez, te hagas cargo de la mía. Si a ti te resulta violento tener que reclamarme esa cantidad, para mí no tiene nada de afable. Debes suponer que, cuando no te la he mandado ya, ha sido sencillamente porque no he podido.
Tuyo afectísimo, Antonio.
Madrid, 20 de marzo.
Dos palabras sólo para contestar tu carta que acabo de recibir y que me ha producido grandísima extrañeza. Nunca pude suponer que el hecho de deberte un favor pudiese autorizarte para dudar de mi seriedad en la forma que lo haces y que sinceramente me mortifica. Yo creía que una amistad como la nuestra estaba por encima de estas pequeñeces materiales. Lamento haberme equivocado.
Puedes creer que estoy deseando terminar este asunto verdaderamente enojoso –Antonio.
Madrid, 4 de noviembre.
Adjuntas las mil pesetas. Haz el favor de entregar el recibo al portador y no te vuelvas a acordar del santo de mi nombre –Antonio.
Por Pedro Mata