Hablemos del termómetro

Hablemos del termómetro

Con motivo del 100º aniversario de Seguros Afemefa difundiremos un artículo histórico semanal, publicado en la revista oficial de la Asociación Ferroviaria Médico-Farmacéutica, para rememorar nuestros inicios con todos vosotros.

Esta semana compartimos con vosotros un artículo escrito por el José Román Rodríguez, publicado en la revista VIDA FERROVIARIA, en diciembre de 1924.

En este artículo el autor advierte sobre el escaso partido que se les sacaba a los termómetros debido al desconocimiento general que había en la época.

¿Para qué sirve un termómetro?

Si se pregunta a cualquiera qué es un termómetro, se reirá de la pregunta. Todo el mundo sabe lo que es un termómetro. Pero si preguntáis para qué sirve, hablando en términos generales, algunos dicen: Para saber si hace frío o calor.

Esta suele ser la respuesta más corriente, y no hay tal cosa.

El frío y el calor lo sentimos suficientemente para que nos sea necesario el termómetro a estos fines.

El termómetro sirve para conocer el grado de temperatura del ambiente que lo rodea, por lo que, lógicamente pensando, según decía un catedrático de física debía llamarse temperómetro.

Indicaciones valiosas que se extraen de los termómetros

El hecho es que del termómetro no se saca todo el partido a que se presta, ya que tan buenos servicios puede aportarnos.

Fuera del uso que de él se hace en los hornos industriales, en los laboratorios, en los balnearios y el que hacen los médicos, nadie más ni en público ni en privado utiliza las indicaciones que de él se desprenden.

En las plazas públicas de algunas poblaciones, en unión del barómetro suele haber termómetros de gran tamaño, pero su utilidad en tales casos es nula.

Vamos al café, al teatro o a los conciertos, y a veces encontramos un termómetro que suele servir de anuncio a algún fabricante.

Estamos dos o tres horas en cualquiera de estos lugares y ya podemos helarnos o asarnos que es lo más corriente, porque con un termómetro a la vista ya sabemos a qué grados nos convertimos en carámbanos o nos derretimos tranquilamente. El termómetro marcará exactamente la temperatura que nos rodea, pero nadie se cuidará de que dicha temperatura se modifique y se adapte a la mayor comodidad del público.

En un teatro completamente lleno al empezar la función se podía estar cómodamente por lo que hace a la temperatura; pero al cabo de dos o tres horas el calor irradiado por los cuerpos y el comunicado al aire respirado por mucha gente, da por resultado un ambiente de temperatura enormemente aumentado. Si a esto se agrega el vapor de agua exhalado por muchos pulmones, la disminución de oxígeno, el humo del tabaco y el polvo que siempre producen las grandes concurrencias, el resultado es un aumento de temperatura en los cuerpos, mayor fatiga para el corazón que lucha con una sangre menos oxigenada, y un desasosiego general en todo el organismo, que da lugar a que quién más quién menos, desee la rápida terminación del espectáculo que se verifica en tales condiciones.

Resulta que no cuidando nadie de las indicaciones del termómetro, no ya para renovar convenientemente el aire, sino ni siquiera para mantenerlo a una temperatura constante y en el mayor grado de pureza en las grandes aglomeraciones de gente, el termómetro resulta inútil, quedando reducido, en donde lo hay, a un simple artefacto de lujo.

Hemos de hacer, sin embargo, una excepción. El cuidado con que nuestros maquinistas ferroviarios atienden a esta comodidad de los viajeros en los trenes en que las compañías tienen montado el servicio de calefacción a vapor.

El uso de los termómetros clínicos

En cuanto a los termómetros clínicos utilizados en los enfermos, tampoco se saca de ellos en la generalidad de los casos el partido conveniente.

La temperatura humana oscila entre 36 y medio grados a 37 y medio. La temperatura media es la de 37º.

Es conveniente para usar el termómetro clínico partir de la base de que sólo marca temperaturas y que el cambio de temperatura del cuerpo es sólo un síntoma, no una enfermedad.

No hay por qué alarmarse cuando suba de pronto un termómetro colocado a persona recién indispuesta, sobre todo en niños y en gente joven. La fiebre constituye un solo síntoma de enfermedad, y mientras no haya otros datos aquélla por sí sola no es fundamento serio para alarmarse. La fiebre es la manifestación de una reacción de defensa del organismo.

Un termómetro clínico en las familias, cuando no se da la debida interpretación a la elevación de temperatura, puede ocasionar alarmas tan sensibles como infundadas.

De aquí el que se haya discutido y hablado tanto sobre si es o no conveniente el uso del termómetro por las personas profanas en la ciencia médica, aspecto en el que nosotros no podemos sostener un criterio determinado, puesto que depende en cada caso de la cultura de aquellos profanos; pero sí podemos afirmar que el termómetro es un poderoso auxiliar del médico, aunque no baste aisladamente para formar juicios definitivos que precisan de otros síntomas y datos, que hay que buscar para atenerse a ellos una vez descubiertos.

 

José Román Rodríguez

Transcripción original

Hablemos del termómetro