Cuento de Reyes

Cuento de Reyes

Con motivo del 100º aniversario de Seguros Afemefa difundiremos un artículo histórico semanal, publicado en la revista oficial de la Asociación Ferroviaria Médico-Farmacéutica, para rememorar nuestros inicios con todos vosotros.

Despedimos la publicación de estos artículos históricos con un cuento navideño, publicado en la revista VIDA FERROVIARIA. Muchas gracias por acompañarnos y celebrar con nosotros el 100º aniversario de Seguros Afemefa. ¡Feliz Navidad!

Cuento de Reyes

– ¡Mamá… ¡Papá…! ¡Lali…! ¡Mirad lo que me han echado los Reyes…!

Así decía Luisito, dando voces desaforadas de alegría y exhibiendo, con sus brazos en alto, los juguetes que los Magos había puesto en sus minúsculos zapatitos.

Luisito tenía siete años, y era un tanto desaplicado, más por apatía a la escuela que por carecer de dotes. Su hermana Eulalia rayaba en los quince, y ambos eran hijos de una modesta familia.

Como todos los niños, Luisito se acostó aquella noche pensando en el juguete que los Reyes iban a traerle, y su papá, que «no esperaba» a los Magos, con el fin de dulcificarle al niño la probable desilusión de encontrarse por la mañana sin juguetes, le dijo:

– Luisito, ¿qué le has pedido a los Reyes?

– Yo, nada, papá.

– Entonces, ¿cómo esperas que vengan esta noche?

– ¿Es que hay que decirles que vengan?

– Claro. Es corriente que los niños les escriban una carta diciéndoles en dónde viven y qué juguetes prefieren.

– Pues yo no les he escrito; como no sé… dijo Luisito. Y cayó en una profunda meditación.

Su padre pensó que aquel procedimiento iba a darle el fruto apetecido, alegrándose de su ocurrencia, ya que con ello evitaría un mal mayor. Luisito pensó en la falta de no haber escrito a los Reyes (claro que él no sabía hacerlo, pero pudo escribir su hermana en nombre suyo) y contando de antemano con que se quedaría sin juguetes, se quedó dormido y empezó a soñar.

No habían transcurrido diez minutos cuando llamaron a la puerta. Abrió Lali y se encontró con su tía Carmina, que venía de hacer algunos encargos. Tita Mina la llamaban ellos, y la querían tanto como a su mamá (bien es verdad que era hermana de ésta y que no tenía más sobrinos que Eulalia y Luisito).

Una hora estuvo Tita Mina en casa de su hermana, y mientras tanto Luisito soñaba, soñaba…

Veía unos hermosos caballos cabalgados por los tres de Reyes Magos, que él conocía por los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Iban vestidos con ricos y vistosos trajes de terciopelo y una preciosa túnica cubría el grupo que formaban con la cabalgadura; venían guiados por una estrella con fulgores de plata y cada uno de ellos era seguido por una caravana de camellos que, guiados por sus escuderos, transportaban una enorme cantidad de juguetes de todas clases. Luisito los vio venir desde su balcón y esperó a que llegaran hasta él, creyendo que al verle le dejarían sus juguetes. Mas no fue así, porque llegaron y pasaron de donde él estaba sin apenas darse cuenta de su presencia.

Luisito los siguió con la mirada, y tentado estuvo de bajar a la calle y salir detrás de ellos, pero desistió de hacerlo. Desde su observatorio vio cómo los Magos iban de un balcón a otro y de una a otra ventana, depositando los juguetes en los zapatos de sus amiguitos.

La pesadilla de la cabalgata de los Reyes Mago duró en la mente de Luisito toda la noche, y cuando ya de madrugada despertó aún le parecía estar viendo ante él toda la comitiva con su séquito, sus vestiduras, sus riquezas, sus juguetes, en fin, con todo cuanto su imaginación exaltada había forjado. Todo lo recordaba incesantemente y ello le impedía dormirse de nuevo.

Al fin, la claridad del día fue adueñándose de la estancia, y Luisito pudo ver junto al balcón un envoltorio. De momento sintió miedo al verlo; pero, rehaciéndose, descendió de la cama y se acercó al paquete. Maquinalmente rasgó el papel que lo cubría y, empezó a dar gritos:

– ¡Mamá…! ¡Papá…! ¡Lali…! ¡Mirad lo que me han echado los Reyes…! -. Y enseñaba, con los brazos en alto, una caja que no se atrevía a abrir.

– ¡Mamá… ¡Papá…! ¡Lali…! – seguía gritando hasta conseguir que sus papás y su hermanita despertaran.

Luisito abrió deseoso la caja, y vio en su interior un precioso ferrocarril con su locomotora y dos cochecitos, que hizo subir de punto su alegría a tal extremo, que con su posesión se consideró casi feliz. Se dice casi, porque, a pesar de su corla edad, comprendió que aún había mejores juguetes que el suyo; pero pensó que éste había venido por un conducto misterioso, por cuanto él vio claramente que los Magos no miraron siquiera para su balcón y, por tanto, no podían ser ellos los que depositaran aquel juguete en sus lindos zapatitos. Esto le hizo considerar que de haber sido más aplicado habría recibido mejores y más juguetes, y así se lo prometió a sus papás, haciéndoles saber que aprendería a leer y hacer cuentas y que para el año siguiente ya sabría escribir y pediría para él los mejores juguetes que los Magos llevaran.

Sus papás le colmaron de besos y caricias y, efectivamente, pocos meses después Luisito era el primero de la clase por más estudioso y aplicado.

 

Por Justo de Ana

Transcripción original

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